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Periodistas desplazados: dejar el hogar para salvar la vida

Este reportaje es una colaboración de Marcos Vizcarra para ARTICLE 19 Oficina para México y Centroamérica y en publicación simultánea con los medios Revista Espejo y Ríodoce.

Carlos Manuel Juárez dejó su hogar y su país en busca de un remanso y se encontró con los fantasmas del miedo, de la precariedad, de la falta de pertenencia. Él es uno de los casi 90 periodistas que fueron obligados a dejar su hogar (y a veces su país) para salvar su vida, amenazada por el oficio periodístico.

Por Marcos Vizcarra

Había pasado un mes desde que Carlos Manuel sufrió una amenaza por su trabajo como periodista y aún tenía esa sensación de estar siendo perseguido, de que alguien llegaría al piso de aquel edificio en Barcelona donde se refugiaba y golpearía la puerta agitadamente para obligarlo a salir. De noche no dormía para no soñar con ser asesinado y de día cada sonido en la habitación le despertaba la ansiedad: un día eran las manecillas del reloj y otro el compresor de la heladera. Tampoco la calle era un lugar seguro. Le era peor salir y tratar de caminar por la Rambla o el Barrio del Gótico que siempre están anegados de gente, pues lejos de sentir que pasaba desapercibido, se sentía observado. 

Eran días terribles para un viaje que debió ser un remanso. 

Carlos Manuel Juárez había sido amenazado de muerte por su trabajo periodístico en Tamaulipas y como parte de un proyecto de apoyo a periodistas en riesgo, se le ofreció una estancia en Barcelona para disminuir la tensión y recibir acompañamiento emocional. 

“Para mí fue muy difícil, porque a pesar de que… uno se lo imagina: te vas a ir a Barcelona, es una ciudad muy bonita, la vas a disfrutar, pero pues no. Yo no disfruté, se me empeoró la paranoia. Yo vivía en una casa y todas las noches el solo escuchar las ruedas de las maletas yo me imaginaba que traían armas u otra cosa”, dice Carlos Manuel seis años después de ese viaje.

Este joven periodista escribió el texto “Red de Javidú impacta Tampico”, un reportaje en el que evidenció los nexos del gobernador Javier Duarte, de Veracruz, con empresarios tamaulipecos con presuntas operaciones fantasma. Luego de publicarlo, su jefe en el diario, del otro lado del teléfono, le pedía que se fuera lejos, con la advertencia de estar siendo buscado. Una llamada de su jefe fue suficiente para comenzar un viaje largo, sin un boleto de retorno. El reportaje que publicó fue eliminado de los registros del diario La Razón.

Esas palabras de su jefe le siguen resonando como el día que se fue de Tamaulipas, un estado en el norte de México. Durante el viaje soltaba gritos y llantos desconsolados, como si se tratase de un niño pequeño al que han arrebatado por la fuerza de los brazos de su madre. Se fue procurando la paz, pero esa no la encontró, se le alejaba poco a poco de ese deseo. Mientras él estaba al límite de la locura, privado de asomarse desde la puerta y ni se diga por las rendijas en la ventana.

“Mi departamento tenía ventanas y yo le tenía pavor a las ventanas, cerraba la casa lo que más pudiera, siempre checaba que estuvieran puestas las herraduras, no dormía, tenía un desorden del sueño fuertísimo, me levantaba en las madrugadas, soñaba que me mataban y todo esto lo estaba procesando viviendo lejos de mi casa”, relata en entrevista Carlos Manuel, cuya historia refleja una realidad poco o nada estudiada, el desplazamiento de periodistas en México y los efectos que ocurren en quienes dejan sus hogares para evitar escenarios de muerte o desaparición.

Ahora mismo, 6 años después de haber dejado su casa, está frente a una computadora mientras escucha una entrevista que hizo a una mujer minutos antes en Tampico, Tamaulipas. Ha vuelto. Está aquí de forma discreta, moviéndose de raite entre coches y caminando por las calles de una manera silenciosa.

Para llegar a este punto, es necesario hablar sobre el significado de ser periodista y ser desplazado.

***

¿Cómo es estar desplazado?–, se le pregunta a Carlos Manuel.

Sabes que tienes que llegar a tu destino, pero no estás a gusto en el destino, quieres estar en tu lugar de origen y creo que es como cuando viajas triste… no sé si te ha pasado que vas de viaje y de pronto te sientes triste, cansado, agotado… eso para mí es el periodismo desplazado”

¿Cómo lo vences?

–No se vence, es una sensación que no se quita.

***

Vivir en desplazamiento forzado es complejo, es llegar a una ciudad donde no conoces a nadie, donde suceden muchas cosas distintas a las acostumbradas. Todo puede volverse un caos, así sea un lugar ruidoso o silencioso, si las ciudades son grandes o pequeñas. Te vas a un lugar sin familia y sin amistades; extrañas tu hogar, tu casa, las comidas, el clima, extrañas todo y es peor cuando sabes que es un viaje sin un retorno definido. Al mismo tiempo el lugar al que llegas te es ajeno, la comida, el clima, los vecinos, todo,  y el mismo cuerpo lo resiente, se sabe lejos del lugar habitual.

Las personas desplazadas suelen perder sus hogares, sus comunidades, el trabajo y la paz. Los desplazamientos forzados de personas son un síntoma de guerra.

Cuando se trata de mujeres y hombres periodistas la situación no es distinta, pero tiene agregados. Dejar el hogar es un mecanismo para evitar amenazas o ataques. Pero ese mecanismo que sirve de defensa significa también ser parte de un círculo de dolor e impunidad. Que suceda el desplazamiento puede alcanzar el objetivo fundamental de los perpetradores: el de silenciar para controlar, mantener impunidad y censura.

La organización Artículo 19 ha documentado que desde el año 2000 a septiembre de 2024 se habían registrado hasta 168 asesinatos de periodistas y por lo menos 31 desapariciones en México, así como que en los últimos cinco años se habían desplazado hasta 32 periodistas para evitar la muerte. Hasta 2022, de acuerdo con la Asociación de Periodistas Desplazados en México, había por lo menos 89 casos registrados.

La Secretaría de Gobernación establece que la cifra oficial para 2024 es de 76 personas -entre activistas y periodistas- refugiadas de manera temporal como medida de seguridad, aunque esta es solamente una aproximación de la situación real del país. Hay periodistas que decidieron exiliarse por voluntad propia y refugiarse en lugares con personas cercanas, casi siempre con familiares, pues existe desconfianza en los gobiernos y sus mecanismos de protección gubernamental.

El desplazamiento forzado es el inicio de un proceso desgastante de manera psicológica, explica Clemencia Correa, directora de Aluna, una organización de la sociedad civil mexicana creada en 2013 por profesionales en salud mental y derechos humanos.

“Si está en riesgo tu vida, que si está conectada con la situación de riesgo inminente donde aunque estés a salvo pues te pueden matar o te pueden detener, no solamente ser asesinado, te pueden detener o más. Las crisis pueden ser también emocional, pero es cuando se está en un momento en que tú o la persona no puede manejar las emociones, donde ya es bastante complejo el manejo de las emociones y genera que al no ser atendido se va generando cierta incertidumbre”, dice Correa, quien hace acompañamiento de activistas y periodistas para ayudarles a mejorar sus contextos, a través de capacitaciones e intervenciones psicosociales.

El desplazamiento forzado, agrega la especialista, es un momento de crisis al límite, donde se atraviesan sentimientos que, de no ser tratados, pueden causar mayores complicaciones.

“Cuando se llega a una situación límite estás confundido, tienes estrés y mucho miedo y a veces el miedo se convierte en pánico”, menciona.

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Tamaulipas es un lugar con una historia trágica reciente. Es un lugar que ha vivido violencia criminal desmedida, con altos niveles de corrupción, extorsión, asesinatos y desapariciones. Es considerado el corredor más peligroso en México para personas migrantes que buscan llegar a Estados Unidos.

A finales del año 2017 el periodista Raúl Olmos presentó una investigación con la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad sobre las ligas entre la empresa Odebrecht y Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz que hoy está preso por casos de corrupción y desapariciones forzadas. En ese reportaje estaba inmiscuida gente de Tampico que constituyó empresas fantasma, en las que se incluyó despachos contables instalados en esa ciudad.

Carlos Manuel leyó esa publicación, creyó que había una oportunidad para investigar más a fondo sobre las relaciones de poder empresarial en su estado. Dio con una red de prestanombres y una serie de despachos contables liderado por un hombre conocido en la región junto con su familia. Hizo una propuesta al diario La Razón de Tampico y sus editores estuvieron de acuerdo en publicarlo.

“Se publica un domingo, porque los domingos eran los días de los reportajes más extensos, justo le titularon ‘Red de Javidú impacta Tampico’ y el lunes es cuando todo cambia de color. Me marca el dueño del periódico y me pregunta que ese reportaje cómo había surgido y le cuento cómo había visto esos datos, de lo que había hecho acá y me dice ‘me hablaron y me dicen que te entregue”, recuerda detalladamente.

Fue entonces cuando su jefe le dijo que se fuera. Carlos Manuel llamó a su madre, se despidió y le dijo que se iría con unos amigos a Veracruz. Tomó un autobús y se desplazó hacia Xalapa, Veracruz. Puede sonar ilógico irse a ese lugar donde se originó el caso que terminó en un reportaje que puso en riesgo su vida, pero era el destino más cercano y donde Carlos Manuel tenía amigos que podían darle refugio.

Pasó horas sentado en el autobús repitiéndose las palabras de su jefe una y otra vez, pensando que su salida sería algo breve; pensando en que renunciaba a su casa, al seno que lo ayudó a crecer. 

“Tenía claro que no iba a regresar pronto, por la voz con la que el licenciado me hablaba y me decía que mejor me mantuviera, que era una cosa seria. Yo me quedé en Xalapa una semana, dos semanas y después fui sintiendo que me iba a quedar más tiempo porque evidentemente me daba miedo”, dice.

El reportaje que escribió Carlos Manuel trató sobre una familia que vio crecer su riqueza de una manera muy rápida y un tanto inexplicable, con negocios que renacieron después de tropiezos económicos. Fue una historia que causó incomodidad a ese círculo de personas y la reacción de éstas no fue sino la de tratar de acabar con el mensajero.

Las amenazas de muerte, como las que sufrió Carlos Manuel, no son solo comentarios al azar. En México han asesinado hasta 163 periodistas, 15 de ellos y ellas en Tamaulipas.

Carlos Manuel decidió irse, lo hizo solo, guiado por el instinto, pensando nada más que estando lejos únicamente debía pensar en tener sustento económico y pasar desapercibido, pero no contó que este viaje tendría un costo emocional.

“Todo parecía que iba muy bien, porque económicamente tenía mi sustento, pero poco a poco me fui dando cuenta que no estaba bien… empezaba a ver que estaba demasiado exaltado”, dice. En Xalapa, su primera parada en el desplazamiento forzado antes de Barcelona, conoció a más periodistas que tiempo atrás vieron morir asesinados a compañeros por hacer ese mismo tipo de periodismo que lo hizo desplazarse, compañeros de quienes hoy queda su memoria y la rabia por la impunidad: Regina Martínez, Gregorio Jiménez, Moisés Sánchez Cerezo, Rubén Espinoza, Anabel Flores y a 19 más.

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Los ataques a periodistas buscan censurar y callar a comunidades.

Los riesgos más comunes son los físicos, como los asesinatos y amenazas que llevan al desplazamiento forzado, pero también existen otros riesgos que están latentes, como las desapariciones, señala Balbina Flores, periodista y corresponsal en México de Reporteros Sin Fronteras en México.

Actualmente hay por lo menos 31 periodistas desaparecidos en México: Jesús Mejía Lechuga, Leodegario Aguilera, Alfredo Jiménez Mota, Rafael Ortiz Martínez, José Antonio García Apac, Rodolfo Rincón Taracena, Gamaliel López, Gerardo Paredes, Mauricio Estrada Zamora, María Esther Aguilar, Pedro Argüello, Miguel Ángel Domínguez Zamora, Guillermo Martínez Alvarado, Amancio Cantú, Guadalupe Cantú, David Silva, Ramón Ángeles Zalpa, Marco Antonio López, Gabriel Fonseca, Gabriel Puga Tovar, Federico Manuel García, Zane Plemmons, Miguel Morales, Adela Alcaraz López, Sergio Landa, María del Rosario Fuentes, Alberto Crespo, Víctor Manuel Jiménez Campos, Jorge Molontzin Central y Roberto Carlos Flores Mendoza.

Todos esos periodistas fueron desaparecidos entre 2003 y 2022. A la fecha ninguno de ellos ha sido localizado. De eso también huyen las y 0los periodistas en México, del temor de ser desaparecidos en un país donde hay más de 112 mil personas desaparecidas, un crimen de lesa humanidad convertido en el crimen casi perfecto, una impunidad de casi el 100 por ciento.

“La desaparición es una práctica de las más deleznables en derechos humanos, porque es una tortura para las familias no saber dónde están sus esposos, sus hijos, sus familiares porque no están vivos, no están muertos, no están en ningún lado. Es una de las situaciones más difíciles de explicar y más difíciles que un familiar pueda aceptar”, señala Flores.

El panorama parece aún más hostil. Cada vez hay más expresiones sobre hechos violentos en estados y municipios, perpetuándose por gobernantes y criminales. También cada vez se logra conocer que hay redacciones atacadas por malas prácticas laborales o siendo censuradas con la amenaza de ser eliminadas de fondos publicitarios. El periodismo en México está bajo ataque constante.

Esas condiciones de inseguridad se han incrementado con el tiempo, pero a estas se suman otras violencias como la precariedad laboral que se enfatizó durante la pandemia de Covid-19, agravado por las condiciones político y sociales, sostiene Flores.

“Para los periodistas es cada vez más la descalificación de sus gobiernos hacia su trabajo y la censura hacia los medios de comunicación”, señala.

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Para atender estas violencias existe en México el Mecanismo de Protección a Periodistas y Defensores de Derechos Humanos, una oficina instalada en la Secretaría de Gobernación desde el año 2012. También se han creado mecanismos locales, algunos de ellos, como el de Sinaloa, como órgano autónomo.

Flores dice que lo ideal es que estos no existieran asumiendo que no existiera violencia contra periodistas en México, pero no es así. Estas oficinas son los aparatos gubernamentales con la función de garantizar la seguridad de las y los periodistas que se encuentran en riesgo de su labor periodística a través de medidas de seguridad.

Una de esas medidas es el de reubicación temporal, que en palabras técnicas trata de la extracción de las o los periodistas para llevarlos hacia otro lugar de México bajo resguardo. Es decir, es un desplazamiento como el que hizo Carlos Manuel, pero acompañado por funcionarios del gobierno federal y los estados.

Flores explicó que el Mecanismo de Protección ha buscado mejorar sus áreas de prevención de crímenes contra periodistas, pero que ha sido lento y la violencia se ha incrementado. Mientras tanto, medidas como el desplazamiento de periodistas se mantienen junto con otras, como la entrega de botones de pánico, unos aparatos pequeños, que caben en las palmas de las manos, cuya función es ser un GPS con línea telefónica, el cual se debe recargar diariamente si se necesita su funcionamiento constante; también está el acompañamiento de periodistas con escoltas y la instalación de cámaras y cercas afuera de las casas con el objetivo de inhibir los ataques.

La representante de Reporteros Sin Fronteras menciona que estas medidas son reactivas a hechos consumados, como agresiones físicas, amenazas o afectaciones a familias. “El Mecanismo durante todos estos años se ha especializado en la protección de las y los periodistas que se encuentran en situaciones de riesgo, haciendo análisis de riesgos específicos sobre su situación y proporcionando medidas de seguridad, pero se ha enfocado más en esto y no ha desarrollado de ninguna manera un tema de prevención”, asegura.

Los desplazamientos de periodistas normalmente son acompañados de estudios y análisis sobre la situación de las y los periodistas, pero estos terminan cuando se hacen los traslados, pues normalmente no hay estudios que garanticen una vuelta positiva.

“Algo que sucede con el Mecanismo es que no contempla planes de retorno. Para el Mecanismo lo más fácil, lo más sencillo es extraer a las personas y colocarlas en un refugio y llevarles despensa cada semana o cada 15 días y ya tú te arreglas como puedes”, señala Griselda Triana, periodista y activista, quien fue desplazada de Sinaloa tras el asesinato de su esposo, el periodista Javier Valdez Cárdenas.

Griselda vive en desplazamiento forzado después de seis años por dos situaciones. La primera tiene que ver con su seguridad personal: aunque dos personas fueron detenidas y sentenciadas por el asesinato de su esposo, aún queda libre el asesino intelectual. La segunda es porque es una persona que se ha acogido a las medidas de protección del Mecanismo de Protección Gubernamental y esta oficina tiene entre sus defectos la falta de programas de análisis para que las y los periodistas puedan regresar a sus hogares en condiciones seguras.

“En ningún momento, por ejemplo en mi caso, en ningún momento el Mecanismo ha venido a preguntarme qué planes tengo yo, si quiero retornar, si me quiero reasentar, me quiero quedar. Esa pregunta en ningún momento se nos hace a quienes vivimos en desplazamiento forzado”, asegura.

***

Carlos Manuel no la pasó nada bien en ese primer desplazamiento a Xalapa. Estando fuera de su casa vivió momentos de crisis y paranoia, pensando que pronto llegaría alguien y lo asesinaría. Su mente le jugaba sucio, tenía el sentimiento de estar siendo perseguido y vigilado. Por ejemplo, temía estar cerca de las ventanas de su habitación y se negaba a convivir con más personas. Arrastró un desorden de sueño y su humor era cada vez más pesado debido a la falta de descanso.

Estaba devastado y no sabía cómo salir de ese círculo de dolor. El hecho de estar lejos a causa de un reportaje carcomía la conciencia, pensaba que el hacer su trabajo había sido un error. Era una ansiedad terrible mientras repasaba cada momento previo, queriendo devolver el tiempo para eliminar esa nota antes de publicarse o decirse a sí mismo que debía parar. Eso era todos los días.

En un viaje a la Ciudad de México coincidió con una sesión grupal de terapia con la organización Aluna. Era un círculo de seguridad psicosocial, donde más periodistas hablaban de dolores similares a los de él. Por primera vez en mucho tiempo logró sentir paz tras desahogarse y sentirse escuchado. Pensó que esto era lo que necesitaba de manera urgente.

“Creo que la presión emocional de sentirse perseguido, de estar amenazado, de vivir fuera, también detona lo que ya uno trae como persona, más allá de periodista, era ya como un volcán en erupción”, cuenta.

“Pero yo regresé a Xalapa y ahí no había alguien que hiciera ese acompañamiento. Me di cuenta que si no tenía el acompañamiento psicológico lo que pasaba era que me convertía en un volcán en erupción, que con poquito alcohol eso explotaba… acababa llorando, con mucho miedo”.

Desde Artículo 19 le propusieron salir del país, con una beca que otorga el Ayuntamiento de Barcelona con la Generalitat y la Taula per Mèxic. Sin embargo, decidió rechazar la oferta pues irse del país implicaba otro desplazamiento, solo que mucho más lejos. Carlos Manuel no conocía a profundidad los alcances de esa propuesta, hasta que en una cobertura con personas que buscan a sus familiares desaparecidos habló con una activista. Le hizo saber cómo había sido su desplazamiento y de aquella sesión con la organización Aluna.

Esa plática sirvió para dos cosas, un desahogo y un consejo. La activista le recomendó parar y tratar ese dolor que arrastraba. Fue un consejo que le hizo reflexionar y pensar de manera clara las cosas. 

Escribió a Artículo 19 para preguntar si aún estaba disponible la oferta de salir del país. En los siguientes meses ya volaba a España con una oferta adicional: había acompañamiento psicosocial.

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“El desplazamiento forzado es un signo de guerra, de acuerdo con la comunidad internacional y es lo último que un gobierno reconoce en una situación como la de México, porque reconocer que hay desplazamiento forzado es reconocer que hay guerra o que hay un conflicto armado. Se tendría que dar nombre a esto, porque no tiene nombre”, explica la periodista Patricia Mayorga, fundadora del medio independiente Raíchali y corresponsal de la revista Proceso en Chihuahua.

Mayorga habla desde la experiencia. En 2017 también fue desplazada por amenazas. Su vida corría riesgo tras el asesinado de Miroslava Breach Velducea, periodista del diario La Jornada con quien compartía coberturas en la Sierra Tarahumara, al norte de México. Fue un crimen que la Fiscalía General de la República reconoció como un ataque a la libertad de expresión. Breach Velducea había denunciado la colusión de personajes políticos con grupos criminales en la zona serrana de Chihuahua para favorecer procesos de elecciones y colocar a miembros de cárteles en puestos oficiales.

Esa historia se confirmó con la detención de Juan Carlos Moreno Ochoa, conocido como ‘El Larry’, autor material del asesinato, quien delató a Hugo Amed Schultz, ex alcalde de Chínipas, Chihuahua, como el autor intelectual del crimen.

Mayorga salió de México, acompañada por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ por sus siglas en inglés). Se fue a Perú para mantenerse a salvo y segura de los posibles ataques en su contra debido a que ella, junto a Miroslava, recibió amenazas que la ponían en riesgo latente tras el atentado de su colega.

En su desplazamiento Patricia, como pasó con Carlos Manuel, tenía pesadillas constantes, soñaba con ser perseguida y atacada afuera de su casa.  Esas pesadillas no eran otra cosa más que miedo a sufrir lo mismo, pero para entender ese miedo tuvo que pasar por terapia psicológica y refugiarse en redes de apoyo con amigas y colegas periodistas dentro y fuera de México, entre ellos Gustavo Gorriti, un periodista aguerrido de ese país, director de IDL Reporteros, una agencia periodística del Instituto de Defensa Legal, que está especializada en periodismo de investigación centrado en la corrupción nacional y cuyo objetivo es promover la transparencia periodística.

Patricia asumió retos importantes, como cambiar sus temas de cobertura, pasar de las comunidades indígenas de México a los crímenes de corrupción en Perú, aunque con el tiempo comenzó a sentirse incómoda. A pesar del buen trato, extrañaba su casa, necesitaba saber si ya era momento de regresar o no.

Sin embargo, había algo que debía aprender antes de hacerlo: sobrevivir. Gustavo Gorriti, ese periodista aguerrido de Perú, estaba a cargo del acompañamiento durante el desplazamiento de Patricia, pero fue mucho más allá, la guió durante un proceso importante para que cuando tuviera que regresar lo hiciera con herramientas suficientes.

“Él me dice: ¿y tu vida? ¿y tus planes de trabajo? ¿No es como permanente esto? y le dije no, yo voy a regresar a Chihuahua, yo voy a hacer periodismo y solo en Chihuahua y me dice ‘¿ah, sí?, ¿qué no te has dado cuenta que tu país está en guerra?’ y me hizo mucho sentido, porque aunque hay mucha polémica sobre si es guerra o no es guerra, que no hemos nombrado esto, que nadie lo ha nombrado, es guerra… para mí. Hay armas y hasta que no le demos un nombre, a mí en lo personal funciona con el proceso que he tenido. Entonces le digo, ‘pues sí, a mí me ha tocado estar en fuego cruzado en la sierra, me ha tocado ver retenes’, porque me hizo sentido porque no tengo otro nombre todavía… no sé. Me hizo sentido por esto y le dije que sí, que sí hay, que en la sierra así también le dicen ‘hay guerra acá’, por eso me hizo sentido y me dice ‘¿y vas a regresar como Bambi entre los lobos?… hay que entrenar, tienes que entrenar’”, recuerda Patricia asegurando que esas palabras de inmediato no eran más que una lección de vida: estaba lejos no para que la cuidaran, sino para aprender a cuidarse.

Patricia soltó, dejó fluir el dolor. Pasó tres años fuera de casa, preparándose de manera física y emocional para el regreso a su país con síntomas de guerra, la cual se libra en todo el territorio mexicano. Lo hizo mientras los procesos penales por el caso de Miroslava fueron corriendo contra distintos acusados. Ahora está de vuelta.

***

El viaje de Carlos Manuel, es decir, el segundo desplazamiento con apoyo de organizaciones de libertad de expresión, fue hacia Barcelona, una ciudad histórica, con arquitectura imponente en sus edificios y una combinación de culturas por la gran cantidad de personas extranjeras que pasan por este destino. Es considerada una de las capitales más importantes del turismo. Pero nada de eso era suficiente para que él se sintiera cómodo.

“Para mí fue muy difícil, porque a pesar de que… uno se lo imagina: te vas a ir a Barcelona, es una ciudad muy bonita, la vas a disfrutar, pero pues no. Yo no disfruté, se me empeoró la paranoia. Yo vivía en una casa y todas las noches el solo escuchar las ruedas de las maletas (de otros vecinos) yo me imaginaba que traían armas u otra cosa”.

No fue nada agradable para el periodista, estaba muy lejos de casa, con un dolor tremendo que no podía procesar. Pasó días con insomnio, con jet lag que no superó. Se volvió un hombre solitario, refugiado en su departamento sin salir porque le daba pavor.

Carlos Manuel pasó tres meses en esa ciudad y a la mitad de ese viaje comprendió que se había ido para reparar su corazón y su mente, aunque el proceso fue brutal.

“Era muy duro ir a terapia a escuchar que también te dijeran ‘tú no tienes por qué estar enfrentando amenazas, no tienes por qué estar sintiendo que estás en riesgo por ejercer algo que no debería ser doloroso”, dice recordando las sesiones con una terapeuta de nombre Patricia, con quien trabajó durante los tres meses en Barcelona.

Fueron sesiones de autoconocimiento, de preguntarse a sí mismo sobre sus decisiones y cómo afrontar las consecuencias, de cuestionar incluso sobre por qué hacer periodismo, por qué investigar y publicar temas que pueden ponerlo en riesgo, sobre por qué enfrentar el miedo en solitario.

Cada sesión y charla era más reveladora, un parteaguas en la vida de Carlos Manuel, pues fue ahí mismo cuando decidió volver.

“En eso que ya me sentía a gusto, me acuerdo que la última terapia que fui me dijo Patricia ‘bueno, ya te vas a regresar, cómo te sientes. Yo le dije que bien y pregunta ‘¿qué vas a hacer regresando?’ y yo le dije: pues periodismo. Ella me dice ‘¿qué no te quedó claro de lo que hablamos? Te pueden matar y pueden matar a tu familia, qué onda, ¿por qué no te cae el 20 de que no puedes hacer esto? Y entonces yo me indigné mucho, me indigné y me regresé a México, regresé para acá y fue como otra vez aterrizar en la realidad de que estaba volviendo a México y que qué iba a hacer”.

Esa indignación de la que habla fue su método y motivación para pensar en formas distintas de hacer periodismo. No podía ser ese hombre solitario y tratar de ponerse al frente de las coberturas como un ser invencible. “Supe que debía hacer una red de apoyo, que tenía que estar seguro, hablar más de lo que pasaba”, reconoce.

“Me di cuenta que debía hablar más, porque pensaba que si hablaba iba a angustiar a los demás y eso me iba a afectar más a mí, pero sabía ya que la comunicación iba a ser importante”.

El retorno se volvió un reto y antes de completarlo decidió embarcarse a hacer periodismo cultural durante un año en Ciudad de México. No era lo que quería hacer, pero aprendió a disfrutarlo y madurar sus ideas sobre qué debía hacer para regresar a Tamaulipas con su familia y amigos de la infancia.

Además, había una serie de motivaciones extra, recibía un pago fijo y suficiente para poder vivir en la Ciudad, donde una renta puede costar desde 10 mil a 20 mil pesos mensuales. Sin embargo, ese no era su sueño ni el lugar donde quería pasar toda su vida. 

El arraigo a su tierra, la añoranza de estar cerca de la familia pudo más y eso lo llevó a tomar una decisión importante: había que volver para poder lograr esa paz que había perdido en 2017.

–¿Qué te trajo a Tamaulipas de nuevo?

–Nunca he acabado de terminar de pensarme fuera del territorio de Tamaulipas, es un poco eso, de salir con las ganas de irme, sino que salió huyendo por mi vida y al final no acabé de desvincularme, dice

Carlos Manuel se fijó un objetivo, el de volver y hacer ese periodismo que ya había aprendido antes de desplazarse. Pensó en las maneras, en personas que pudieran apoyarlo, en las formas de volver y no exponerse en el intento. Paró, respiró y luego empezó a diseñar un sueño al que llamó “Elefante Banco”.

“Un día escribiendo en el suplemento de cultura hice una columna describiendo a Tamaulipas como un elefante, porque el territorio tiene forma de elefante y la vida aquí es como esos animales, que son fuertes y resilientes”, menciona ahora sentado en una oficina que comparte con un grupo de colegas.

En 2021 se propuso hacer el esfuerzo de comenzar un nuevo viaje, el de crear ese medio de comunicación asociándose con periodistas, organizaciones civiles y más personas interesadas en tener un periodismo valiente e independiente en Tamaulipas.

Este viaje incluyó volver a Tampico y también hacer un trabajo de forma segura, formando redes y asistiendo a terapia como método de salvación. Aprendió que solo así puede hacerse periodismo en México, siendo consciente de los riesgos y de que esto de investigar, escribir y publicar debe ser siempre en comunidad, como lo describió Diego Petersen Farah el 23 de mayo del 2017 en la revista Nexos, tras el asesinato de Javier Valdez en Culiacán:

“Si es cierto que, como dijo Churchill (algunos sostienen que la frase existía previamente en Estados Unidos) los periodistas somos “los perros guardianes de la democracia”, el asesinato de Javier no es solo la muerte de un periodista sino la pérdida de un flanco importante en nuestra tarea. Pero, el periodismo es víctima no solo de los ataques externos, vengan del crimen o del Estado, sino de los propios medios. La lógica de subsistencia terminó por imponer la espectacularidad por encima de valores más primarios y esenciales. Junto con el espectáculo el star system invadió y se instaló en el periodismo; se nos olvidó que los perros sólo somos fuertes cuando cazamos en manada”.

Carlos Manuel ha vuelto, está a salvo y haciendo periodismo.Carlos Manuel Juárez dejó su hogar y su país en busca de un remanso y se encontró con los fantasmas del miedo, de la precariedad, de la falta de pertenencia. Él es uno de los casi 90 periodistas que fueron obligados a dejar su hogar (y a veces su país) para salvar su vida, amenazada por el oficio periodístico.

Por Marcos Vizcarra

Había pasado un mes desde que Carlos Manuel sufrió una amenaza por su trabajo como periodista y aún tenía esa sensación de estar siendo perseguido, de que alguien llegaría al piso de aquel edificio en Barcelona donde se refugiaba y golpearía la puerta agitadamente para obligarlo a salir. De noche no dormía para no soñar con ser asesinado y de día cada sonido en la habitación le despertaba la ansiedad: un día eran las manecillas del reloj y otro el compresor de la heladera. Tampoco la calle era un lugar seguro. Le era peor salir y tratar de caminar por la Rambla o el Barrio del Gótico que siempre están anegados de gente, pues lejos de sentir que pasaba desapercibido, se sentía observado. 

Eran días terribles para un viaje que debió ser un remanso. 

Carlos Manuel Juárez había sido amenazado de muerte por su trabajo periodístico en Tamaulipas y como parte de un proyecto de apoyo a periodistas en riesgo, se le ofreció una estancia en Barcelona para disminuir la tensión y recibir acompañamiento emocional. 

“Para mí fue muy difícil, porque a pesar de que… uno se lo imagina: te vas a ir a Barcelona, es una ciudad muy bonita, la vas a disfrutar, pero pues no. Yo no disfruté, se me empeoró la paranoia. Yo vivía en una casa y todas las noches el solo escuchar las ruedas de las maletas yo me imaginaba que traían armas u otra cosa”, dice Carlos Manuel seis años después de ese viaje.

Este joven periodista escribió el texto “Red de Javidú impacta Tampico”, un reportaje en el que evidenció los nexos del gobernador Javier Duarte, de Veracruz, con empresarios tamaulipecos con presuntas operaciones fantasma. Luego de publicarlo, su jefe en el diario, del otro lado del teléfono, le pedía que se fuera lejos, con la advertencia de estar siendo buscado. Una llamada de su jefe fue suficiente para comenzar un viaje largo, sin un boleto de retorno. El reportaje que publicó fue eliminado de los registros del diario La Razón.

Esas palabras de su jefe le siguen resonando como el día que se fue de Tamaulipas, un estado en el norte de México. Durante el viaje soltaba gritos y llantos desconsolados, como si se tratase de un niño pequeño al que han arrebatado por la fuerza de los brazos de su madre. Se fue procurando la paz, pero esa no la encontró, se le alejaba poco a poco de ese deseo. Mientras él estaba al límite de la locura, privado de asomarse desde la puerta y ni se diga por las rendijas en la ventana.

“Mi departamento tenía ventanas y yo le tenía pavor a las ventanas, cerraba la casa lo que más pudiera, siempre checaba que estuvieran puestas las herraduras, no dormía, tenía un desorden del sueño fuertísimo, me levantaba en las madrugadas, soñaba que me mataban y todo esto lo estaba procesando viviendo lejos de mi casa”, relata en entrevista Carlos Manuel, cuya historia refleja una realidad poco o nada estudiada, el desplazamiento de periodistas en México y los efectos que ocurren en quienes dejan sus hogares para evitar escenarios de muerte o desaparición.

Ahora mismo, 6 años después de haber dejado su casa, está frente a una computadora mientras escucha una entrevista que hizo a una mujer minutos antes en Tampico, Tamaulipas. Ha vuelto. Está aquí de forma discreta, moviéndose de raite entre coches y caminando por las calles de una manera silenciosa.

Para llegar a este punto, es necesario hablar sobre el significado de ser periodista y ser desplazado.

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¿Cómo es estar desplazado?–, se le pregunta a Carlos Manuel.

Sabes que tienes que llegar a tu destino, pero no estás a gusto en el destino, quieres estar en tu lugar de origen y creo que es como cuando viajas triste… no sé si te ha pasado que vas de viaje y de pronto te sientes triste, cansado, agotado… eso para mí es el periodismo desplazado”

¿Cómo lo vences?

–No se vence, es una sensación que no se quita.

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Vivir en desplazamiento forzado es complejo, es llegar a una ciudad donde no conoces a nadie, donde suceden muchas cosas distintas a las acostumbradas. Todo puede volverse un caos, así sea un lugar ruidoso o silencioso, si las ciudades son grandes o pequeñas. Te vas a un lugar sin familia y sin amistades; extrañas tu hogar, tu casa, las comidas, el clima, extrañas todo y es peor cuando sabes que es un viaje sin un retorno definido. Al mismo tiempo el lugar al que llegas te es ajeno, la comida, el clima, los vecinos, todo,  y el mismo cuerpo lo resiente, se sabe lejos del lugar habitual.

Las personas desplazadas suelen perder sus hogares, sus comunidades, el trabajo y la paz. Los desplazamientos forzados de personas son un síntoma de guerra.

Cuando se trata de mujeres y hombres periodistas la situación no es distinta, pero tiene agregados. Dejar el hogar es un mecanismo para evitar amenazas o ataques. Pero ese mecanismo que sirve de defensa significa también ser parte de un círculo de dolor e impunidad. Que suceda el desplazamiento puede alcanzar el objetivo fundamental de los perpetradores: el de silenciar para controlar, mantener impunidad y censura.

La organización Artículo 19 ha documentado que desde el año 2000 a septiembre de 2024 se habían registrado hasta 168 asesinatos de periodistas y por lo menos 31 desapariciones en México, así como que en los últimos cinco años se habían desplazado hasta 32 periodistas para evitar la muerte. Hasta 2022, de acuerdo con la Asociación de Periodistas Desplazados en México, había por lo menos 89 casos registrados.

La Secretaría de Gobernación establece que la cifra oficial para 2024 es de 76 personas -entre activistas y periodistas- refugiadas de manera temporal como medida de seguridad, aunque esta es solamente una aproximación de la situación real del país. Hay periodistas que decidieron exiliarse por voluntad propia y refugiarse en lugares con personas cercanas, casi siempre con familiares, pues existe desconfianza en los gobiernos y sus mecanismos de protección gubernamental.

El desplazamiento forzado es el inicio de un proceso desgastante de manera psicológica, explica Clemencia Correa, directora de Aluna, una organización de la sociedad civil mexicana creada en 2013 por profesionales en salud mental y derechos humanos.

“Si está en riesgo tu vida, que si está conectada con la situación de riesgo inminente donde aunque estés a salvo pues te pueden matar o te pueden detener, no solamente ser asesinado, te pueden detener o más. Las crisis pueden ser también emocional, pero es cuando se está en un momento en que tú o la persona no puede manejar las emociones, donde ya es bastante complejo el manejo de las emociones y genera que al no ser atendido se va generando cierta incertidumbre”, dice Correa, quien hace acompañamiento de activistas y periodistas para ayudarles a mejorar sus contextos, a través de capacitaciones e intervenciones psicosociales.

El desplazamiento forzado, agrega la especialista, es un momento de crisis al límite, donde se atraviesan sentimientos que, de no ser tratados, pueden causar mayores complicaciones.

“Cuando se llega a una situación límite estás confundido, tienes estrés y mucho miedo y a veces el miedo se convierte en pánico”, menciona.

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Tamaulipas es un lugar con una historia trágica reciente. Es un lugar que ha vivido violencia criminal desmedida, con altos niveles de corrupción, extorsión, asesinatos y desapariciones. Es considerado el corredor más peligroso en México para personas migrantes que buscan llegar a Estados Unidos.

A finales del año 2017 el periodista Raúl Olmos presentó una investigación con la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad sobre las ligas entre la empresa Odebrecht y Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz que hoy está preso por casos de corrupción y desapariciones forzadas. En ese reportaje estaba inmiscuida gente de Tampico que constituyó empresas fantasma, en las que se incluyó despachos contables instalados en esa ciudad.

Carlos Manuel leyó esa publicación, creyó que había una oportunidad para investigar más a fondo sobre las relaciones de poder empresarial en su estado. Dio con una red de prestanombres y una serie de despachos contables liderado por un hombre conocido en la región junto con su familia. Hizo una propuesta al diario La Razón de Tampico y sus editores estuvieron de acuerdo en publicarlo.

“Se publica un domingo, porque los domingos eran los días de los reportajes más extensos, justo le titularon ‘Red de Javidú impacta Tampico’ y el lunes es cuando todo cambia de color. Me marca el dueño del periódico y me pregunta que ese reportaje cómo había surgido y le cuento cómo había visto esos datos, de lo que había hecho acá y me dice ‘me hablaron y me dicen que te entregue”, recuerda detalladamente.

Fue entonces cuando su jefe le dijo que se fuera. Carlos Manuel llamó a su madre, se despidió y le dijo que se iría con unos amigos a Veracruz. Tomó un autobús y se desplazó hacia Xalapa, Veracruz. Puede sonar ilógico irse a ese lugar donde se originó el caso que terminó en un reportaje que puso en riesgo su vida, pero era el destino más cercano y donde Carlos Manuel tenía amigos que podían darle refugio.

Pasó horas sentado en el autobús repitiéndose las palabras de su jefe una y otra vez, pensando que su salida sería algo breve; pensando en que renunciaba a su casa, al seno que lo ayudó a crecer. 

“Tenía claro que no iba a regresar pronto, por la voz con la que el licenciado me hablaba y me decía que mejor me mantuviera, que era una cosa seria. Yo me quedé en Xalapa una semana, dos semanas y después fui sintiendo que me iba a quedar más tiempo porque evidentemente me daba miedo”, dice.

El reportaje que escribió Carlos Manuel trató sobre una familia que vio crecer su riqueza de una manera muy rápida y un tanto inexplicable, con negocios que renacieron después de tropiezos económicos. Fue una historia que causó incomodidad a ese círculo de personas y la reacción de éstas no fue sino la de tratar de acabar con el mensajero.

Las amenazas de muerte, como las que sufrió Carlos Manuel, no son solo comentarios al azar. En México han asesinado hasta 163 periodistas, 15 de ellos y ellas en Tamaulipas.

Carlos Manuel decidió irse, lo hizo solo, guiado por el instinto, pensando nada más que estando lejos únicamente debía pensar en tener sustento económico y pasar desapercibido, pero no contó que este viaje tendría un costo emocional.

“Todo parecía que iba muy bien, porque económicamente tenía mi sustento, pero poco a poco me fui dando cuenta que no estaba bien… empezaba a ver que estaba demasiado exaltado”, dice. En Xalapa, su primera parada en el desplazamiento forzado antes de Barcelona, conoció a más periodistas que tiempo atrás vieron morir asesinados a compañeros por hacer ese mismo tipo de periodismo que lo hizo desplazarse, compañeros de quienes hoy queda su memoria y la rabia por la impunidad: Regina Martínez, Gregorio Jiménez, Moisés Sánchez Cerezo, Rubén Espinoza, Anabel Flores y a 19 más.

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Los ataques a periodistas buscan censurar y callar a comunidades.

Los riesgos más comunes son los físicos, como los asesinatos y amenazas que llevan al desplazamiento forzado, pero también existen otros riesgos que están latentes, como las desapariciones, señala Balbina Flores, periodista y corresponsal en México de Reporteros Sin Fronteras en México.

Actualmente hay por lo menos 31 periodistas desaparecidos en México: Jesús Mejía Lechuga, Leodegario Aguilera, Alfredo Jiménez Mota, Rafael Ortiz Martínez, José Antonio García Apac, Rodolfo Rincón Taracena, Gamaliel López, Gerardo Paredes, Mauricio Estrada Zamora, María Esther Aguilar, Pedro Argüello, Miguel Ángel Domínguez Zamora, Guillermo Martínez Alvarado, Amancio Cantú, Guadalupe Cantú, David Silva, Ramón Ángeles Zalpa, Marco Antonio López, Gabriel Fonseca, Gabriel Puga Tovar, Federico Manuel García, Zane Plemmons, Miguel Morales, Adela Alcaraz López, Sergio Landa, María del Rosario Fuentes, Alberto Crespo, Víctor Manuel Jiménez Campos, Jorge Molontzin Central y Roberto Carlos Flores Mendoza.

Todos esos periodistas fueron desaparecidos entre 2003 y 2022. A la fecha ninguno de ellos ha sido localizado. De eso también huyen las y 0los periodistas en México, del temor de ser desaparecidos en un país donde hay más de 112 mil personas desaparecidas, un crimen de lesa humanidad convertido en el crimen casi perfecto, una impunidad de casi el 100 por ciento.

“La desaparición es una práctica de las más deleznables en derechos humanos, porque es una tortura para las familias no saber dónde están sus esposos, sus hijos, sus familiares porque no están vivos, no están muertos, no están en ningún lado. Es una de las situaciones más difíciles de explicar y más difíciles que un familiar pueda aceptar”, señala Flores.

El panorama parece aún más hostil. Cada vez hay más expresiones sobre hechos violentos en estados y municipios, perpetuándose por gobernantes y criminales. También cada vez se logra conocer que hay redacciones atacadas por malas prácticas laborales o siendo censuradas con la amenaza de ser eliminadas de fondos publicitarios. El periodismo en México está bajo ataque constante.

Esas condiciones de inseguridad se han incrementado con el tiempo, pero a estas se suman otras violencias como la precariedad laboral que se enfatizó durante la pandemia de Covid-19, agravado por las condiciones político y sociales, sostiene Flores.

“Para los periodistas es cada vez más la descalificación de sus gobiernos hacia su trabajo y la censura hacia los medios de comunicación”, señala.

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Para atender estas violencias existe en México el Mecanismo de Protección a Periodistas y Defensores de Derechos Humanos, una oficina instalada en la Secretaría de Gobernación desde el año 2012. También se han creado mecanismos locales, algunos de ellos, como el de Sinaloa, como órgano autónomo.

Flores dice que lo ideal es que estos no existieran asumiendo que no existiera violencia contra periodistas en México, pero no es así. Estas oficinas son los aparatos gubernamentales con la función de garantizar la seguridad de las y los periodistas que se encuentran en riesgo de su labor periodística a través de medidas de seguridad.

Una de esas medidas es el de reubicación temporal, que en palabras técnicas trata de la extracción de las o los periodistas para llevarlos hacia otro lugar de México bajo resguardo. Es decir, es un desplazamiento como el que hizo Carlos Manuel, pero acompañado por funcionarios del gobierno federal y los estados.

Flores explicó que el Mecanismo de Protección ha buscado mejorar sus áreas de prevención de crímenes contra periodistas, pero que ha sido lento y la violencia se ha incrementado. Mientras tanto, medidas como el desplazamiento de periodistas se mantienen junto con otras, como la entrega de botones de pánico, unos aparatos pequeños, que caben en las palmas de las manos, cuya función es ser un GPS con línea telefónica, el cual se debe recargar diariamente si se necesita su funcionamiento constante; también está el acompañamiento de periodistas con escoltas y la instalación de cámaras y cercas afuera de las casas con el objetivo de inhibir los ataques.

La representante de Reporteros Sin Fronteras menciona que estas medidas son reactivas a hechos consumados, como agresiones físicas, amenazas o afectaciones a familias. “El Mecanismo durante todos estos años se ha especializado en la protección de las y los periodistas que se encuentran en situaciones de riesgo, haciendo análisis de riesgos específicos sobre su situación y proporcionando medidas de seguridad, pero se ha enfocado más en esto y no ha desarrollado de ninguna manera un tema de prevención”, asegura.

Los desplazamientos de periodistas normalmente son acompañados de estudios y análisis sobre la situación de las y los periodistas, pero estos terminan cuando se hacen los traslados, pues normalmente no hay estudios que garanticen una vuelta positiva.

“Algo que sucede con el Mecanismo es que no contempla planes de retorno. Para el Mecanismo lo más fácil, lo más sencillo es extraer a las personas y colocarlas en un refugio y llevarles despensa cada semana o cada 15 días y ya tú te arreglas como puedes”, señala Griselda Triana, periodista y activista, quien fue desplazada de Sinaloa tras el asesinato de su esposo, el periodista Javier Valdez Cárdenas.

Griselda vive en desplazamiento forzado después de seis años por dos situaciones. La primera tiene que ver con su seguridad personal: aunque dos personas fueron detenidas y sentenciadas por el asesinato de su esposo, aún queda libre el asesino intelectual. La segunda es porque es una persona que se ha acogido a las medidas de protección del Mecanismo de Protección Gubernamental y esta oficina tiene entre sus defectos la falta de programas de análisis para que las y los periodistas puedan regresar a sus hogares en condiciones seguras.

“En ningún momento, por ejemplo en mi caso, en ningún momento el Mecanismo ha venido a preguntarme qué planes tengo yo, si quiero retornar, si me quiero reasentar, me quiero quedar. Esa pregunta en ningún momento se nos hace a quienes vivimos en desplazamiento forzado”, asegura.

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Carlos Manuel no la pasó nada bien en ese primer desplazamiento a Xalapa. Estando fuera de su casa vivió momentos de crisis y paranoia, pensando que pronto llegaría alguien y lo asesinaría. Su mente le jugaba sucio, tenía el sentimiento de estar siendo perseguido y vigilado. Por ejemplo, temía estar cerca de las ventanas de su habitación y se negaba a convivir con más personas. Arrastró un desorden de sueño y su humor era cada vez más pesado debido a la falta de descanso.

Estaba devastado y no sabía cómo salir de ese círculo de dolor. El hecho de estar lejos a causa de un reportaje carcomía la conciencia, pensaba que el hacer su trabajo había sido un error. Era una ansiedad terrible mientras repasaba cada momento previo, queriendo devolver el tiempo para eliminar esa nota antes de publicarse o decirse a sí mismo que debía parar. Eso era todos los días.

En un viaje a la Ciudad de México coincidió con una sesión grupal de terapia con la organización Aluna. Era un círculo de seguridad psicosocial, donde más periodistas hablaban de dolores similares a los de él. Por primera vez en mucho tiempo logró sentir paz tras desahogarse y sentirse escuchado. Pensó que esto era lo que necesitaba de manera urgente.

“Creo que la presión emocional de sentirse perseguido, de estar amenazado, de vivir fuera, también detona lo que ya uno trae como persona, más allá de periodista, era ya como un volcán en erupción”, cuenta.

“Pero yo regresé a Xalapa y ahí no había alguien que hiciera ese acompañamiento. Me di cuenta que si no tenía el acompañamiento psicológico lo que pasaba era que me convertía en un volcán en erupción, que con poquito alcohol eso explotaba… acababa llorando, con mucho miedo”.

Desde Artículo 19 le propusieron salir del país, con una beca que otorga el Ayuntamiento de Barcelona con la Generalitat y la Taula per Mèxic. Sin embargo, decidió rechazar la oferta pues irse del país implicaba otro desplazamiento, solo que mucho más lejos. Carlos Manuel no conocía a profundidad los alcances de esa propuesta, hasta que en una cobertura con personas que buscan a sus familiares desaparecidos habló con una activista. Le hizo saber cómo había sido su desplazamiento y de aquella sesión con la organización Aluna.

Esa plática sirvió para dos cosas, un desahogo y un consejo. La activista le recomendó parar y tratar ese dolor que arrastraba. Fue un consejo que le hizo reflexionar y pensar de manera clara las cosas. 

Escribió a Artículo 19 para preguntar si aún estaba disponible la oferta de salir del país. En los siguientes meses ya volaba a España con una oferta adicional: había acompañamiento psicosocial.

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“El desplazamiento forzado es un signo de guerra, de acuerdo con la comunidad internacional y es lo último que un gobierno reconoce en una situación como la de México, porque reconocer que hay desplazamiento forzado es reconocer que hay guerra o que hay un conflicto armado. Se tendría que dar nombre a esto, porque no tiene nombre”, explica la periodista Patricia Mayorga, fundadora del medio independiente Raíchali y corresponsal de la revista Proceso en Chihuahua.

Mayorga habla desde la experiencia. En 2017 también fue desplazada por amenazas. Su vida corría riesgo tras el asesinado de Miroslava Breach Velducea, periodista del diario La Jornada con quien compartía coberturas en la Sierra Tarahumara, al norte de México. Fue un crimen que la Fiscalía General de la República reconoció como un ataque a la libertad de expresión. Breach Velducea había denunciado la colusión de personajes políticos con grupos criminales en la zona serrana de Chihuahua para favorecer procesos de elecciones y colocar a miembros de cárteles en puestos oficiales.

Esa historia se confirmó con la detención de Juan Carlos Moreno Ochoa, conocido como ‘El Larry’, autor material del asesinato, quien delató a Hugo Amed Schultz, ex alcalde de Chínipas, Chihuahua, como el autor intelectual del crimen.

Mayorga salió de México, acompañada por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ por sus siglas en inglés). Se fue a Perú para mantenerse a salvo y segura de los posibles ataques en su contra debido a que ella, junto a Miroslava, recibió amenazas que la ponían en riesgo latente tras el atentado de su colega.

En su desplazamiento Patricia, como pasó con Carlos Manuel, tenía pesadillas constantes, soñaba con ser perseguida y atacada afuera de su casa.  Esas pesadillas no eran otra cosa más que miedo a sufrir lo mismo, pero para entender ese miedo tuvo que pasar por terapia psicológica y refugiarse en redes de apoyo con amigas y colegas periodistas dentro y fuera de México, entre ellos Gustavo Gorriti, un periodista aguerrido de ese país, director de IDL Reporteros, una agencia periodística del Instituto de Defensa Legal, que está especializada en periodismo de investigación centrado en la corrupción nacional y cuyo objetivo es promover la transparencia periodística.

Patricia asumió retos importantes, como cambiar sus temas de cobertura, pasar de las comunidades indígenas de México a los crímenes de corrupción en Perú, aunque con el tiempo comenzó a sentirse incómoda. A pesar del buen trato, extrañaba su casa, necesitaba saber si ya era momento de regresar o no.

Sin embargo, había algo que debía aprender antes de hacerlo: sobrevivir. Gustavo Gorriti, ese periodista aguerrido de Perú, estaba a cargo del acompañamiento durante el desplazamiento de Patricia, pero fue mucho más allá, la guió durante un proceso importante para que cuando tuviera que regresar lo hiciera con herramientas suficientes.

“Él me dice: ¿y tu vida? ¿y tus planes de trabajo? ¿No es como permanente esto? y le dije no, yo voy a regresar a Chihuahua, yo voy a hacer periodismo y solo en Chihuahua y me dice ‘¿ah, sí?, ¿qué no te has dado cuenta que tu país está en guerra?’ y me hizo mucho sentido, porque aunque hay mucha polémica sobre si es guerra o no es guerra, que no hemos nombrado esto, que nadie lo ha nombrado, es guerra… para mí. Hay armas y hasta que no le demos un nombre, a mí en lo personal funciona con el proceso que he tenido. Entonces le digo, ‘pues sí, a mí me ha tocado estar en fuego cruzado en la sierra, me ha tocado ver retenes’, porque me hizo sentido porque no tengo otro nombre todavía… no sé. Me hizo sentido por esto y le dije que sí, que sí hay, que en la sierra así también le dicen ‘hay guerra acá’, por eso me hizo sentido y me dice ‘¿y vas a regresar como Bambi entre los lobos?… hay que entrenar, tienes que entrenar’”, recuerda Patricia asegurando que esas palabras de inmediato no eran más que una lección de vida: estaba lejos no para que la cuidaran, sino para aprender a cuidarse.

Patricia soltó, dejó fluir el dolor. Pasó tres años fuera de casa, preparándose de manera física y emocional para el regreso a su país con síntomas de guerra, la cual se libra en todo el territorio mexicano. Lo hizo mientras los procesos penales por el caso de Miroslava fueron corriendo contra distintos acusados. Ahora está de vuelta.

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El viaje de Carlos Manuel, es decir, el segundo desplazamiento con apoyo de organizaciones de libertad de expresión, fue hacia Barcelona, una ciudad histórica, con arquitectura imponente en sus edificios y una combinación de culturas por la gran cantidad de personas extranjeras que pasan por este destino. Es considerada una de las capitales más importantes del turismo. Pero nada de eso era suficiente para que él se sintiera cómodo.

“Para mí fue muy difícil, porque a pesar de que… uno se lo imagina: te vas a ir a Barcelona, es una ciudad muy bonita, la vas a disfrutar, pero pues no. Yo no disfruté, se me empeoró la paranoia. Yo vivía en una casa y todas las noches el solo escuchar las ruedas de las maletas (de otros vecinos) yo me imaginaba que traían armas u otra cosa”.

No fue nada agradable para el periodista, estaba muy lejos de casa, con un dolor tremendo que no podía procesar. Pasó días con insomnio, con jet lag que no superó. Se volvió un hombre solitario, refugiado en su departamento sin salir porque le daba pavor.

Carlos Manuel pasó tres meses en esa ciudad y a la mitad de ese viaje comprendió que se había ido para reparar su corazón y su mente, aunque el proceso fue brutal.

“Era muy duro ir a terapia a escuchar que también te dijeran ‘tú no tienes por qué estar enfrentando amenazas, no tienes por qué estar sintiendo que estás en riesgo por ejercer algo que no debería ser doloroso”, dice recordando las sesiones con una terapeuta de nombre Patricia, con quien trabajó durante los tres meses en Barcelona.

Fueron sesiones de autoconocimiento, de preguntarse a sí mismo sobre sus decisiones y cómo afrontar las consecuencias, de cuestionar incluso sobre por qué hacer periodismo, por qué investigar y publicar temas que pueden ponerlo en riesgo, sobre por qué enfrentar el miedo en solitario.

Cada sesión y charla era más reveladora, un parteaguas en la vida de Carlos Manuel, pues fue ahí mismo cuando decidió volver.

“En eso que ya me sentía a gusto, me acuerdo que la última terapia que fui me dijo Patricia ‘bueno, ya te vas a regresar, cómo te sientes. Yo le dije que bien y pregunta ‘¿qué vas a hacer regresando?’ y yo le dije: pues periodismo. Ella me dice ‘¿qué no te quedó claro de lo que hablamos? Te pueden matar y pueden matar a tu familia, qué onda, ¿por qué no te cae el 20 de que no puedes hacer esto? Y entonces yo me indigné mucho, me indigné y me regresé a México, regresé para acá y fue como otra vez aterrizar en la realidad de que estaba volviendo a México y que qué iba a hacer”.

Esa indignación de la que habla fue su método y motivación para pensar en formas distintas de hacer periodismo. No podía ser ese hombre solitario y tratar de ponerse al frente de las coberturas como un ser invencible. “Supe que debía hacer una red de apoyo, que tenía que estar seguro, hablar más de lo que pasaba”, reconoce.

“Me di cuenta que debía hablar más, porque pensaba que si hablaba iba a angustiar a los demás y eso me iba a afectar más a mí, pero sabía ya que la comunicación iba a ser importante”.

El retorno se volvió un reto y antes de completarlo decidió embarcarse a hacer periodismo cultural durante un año en Ciudad de México. No era lo que quería hacer, pero aprendió a disfrutarlo y madurar sus ideas sobre qué debía hacer para regresar a Tamaulipas con su familia y amigos de la infancia.

Además, había una serie de motivaciones extra, recibía un pago fijo y suficiente para poder vivir en la Ciudad, donde una renta puede costar desde 10 mil a 20 mil pesos mensuales. Sin embargo, ese no era su sueño ni el lugar donde quería pasar toda su vida. 

El arraigo a su tierra, la añoranza de estar cerca de la familia pudo más y eso lo llevó a tomar una decisión importante: había que volver para poder lograr esa paz que había perdido en 2017.

–¿Qué te trajo a Tamaulipas de nuevo?

–Nunca he acabado de terminar de pensarme fuera del territorio de Tamaulipas, es un poco eso, de salir con las ganas de irme, sino que salió huyendo por mi vida y al final no acabé de desvincularme, dice

Carlos Manuel se fijó un objetivo, el de volver y hacer ese periodismo que ya había aprendido antes de desplazarse. Pensó en las maneras, en personas que pudieran apoyarlo, en las formas de volver y no exponerse en el intento. Paró, respiró y luego empezó a diseñar un sueño al que llamó “Elefante Banco”.

“Un día escribiendo en el suplemento de cultura hice una columna describiendo a Tamaulipas como un elefante, porque el territorio tiene forma de elefante y la vida aquí es como esos animales, que son fuertes y resilientes”, menciona ahora sentado en una oficina que comparte con un grupo de colegas.

En 2021 se propuso hacer el esfuerzo de comenzar un nuevo viaje, el de crear ese medio de comunicación asociándose con periodistas, organizaciones civiles y más personas interesadas en tener un periodismo valiente e independiente en Tamaulipas.

Este viaje incluyó volver a Tampico y también hacer un trabajo de forma segura, formando redes y asistiendo a terapia como método de salvación. Aprendió que solo así puede hacerse periodismo en México, siendo consciente de los riesgos y de que esto de investigar, escribir y publicar debe ser siempre en comunidad, como lo describió Diego Petersen Farah el 23 de mayo del 2017 en la revista Nexos, tras el asesinato de Javier Valdez en Culiacán:

“Si es cierto que, como dijo Churchill (algunos sostienen que la frase existía previamente en Estados Unidos) los periodistas somos “los perros guardianes de la democracia”, el asesinato de Javier no es solo la muerte de un periodista sino la pérdida de un flanco importante en nuestra tarea. Pero, el periodismo es víctima no solo de los ataques externos, vengan del crimen o del Estado, sino de los propios medios. La lógica de subsistencia terminó por imponer la espectacularidad por encima de valores más primarios y esenciales. Junto con el espectáculo el star system invadió y se instaló en el periodismo; se nos olvidó que los perros sólo somos fuertes cuando cazamos en manada”.

Carlos Manuel ha vuelto, está a salvo y haciendo periodismo.