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Al 10 de mayo de 2020, datos oficiales del gobierno mexicano reconocen 3465 defunciones en México, desde que se comenzó el registro de contagios de COVID-19. Cada día la situación en distintos puntos del país, en sus pueblos, ciudades y fronteras cambia drásticamente. Fotoperiodistas en distintos puntos de México reflexionan desde lo personal qué ha implicado retratar las consecuencias la pandemia desde el inicio la Fase 1 hasta el momento actual.

Catorce días

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Estaba en un auto viajando rumbo a la frontera sur de México. Durante el trayecto, empecé a pensar en la cobertura anterior que había realizado; aún no pasaban catorce días de que estuve en el aeropuerto de Tapachula, lleno de extranjeros que intentaban conseguir un vuelo para regresar a sus países. Me invadió la duda y pensé: ¿Cuántas veces me toque la cara? ¿toqué a alguien? ¿Cuántas veces me lavé las manos? ¿Cuánto tiempo pasé ahí? ¿Estuve a metro y medio de distancia de todos?. En ese momento empecé a respirar más rápido. Repasé mentalmente cada día y cada momento de la cobertura anterior buscando posibles riesgos, posibles contagios, errores. En ese momento empecé a llevar  la cuenta de los catorce días ( que tardan en aparecer los síntomas del COVID-19) después de cada cobertura, por el riesgo de contagio.  

Habían pasado trece días y estaba en camino a otra cobertura. Mi cuerpo no mostraba ningún síntoma pero me acompañaban las dudas: ¿sería yo un caso asintomático? ¿a cuántos podría infectar en el camino?, ¿por qué la gente no respeta la sana distancia? ¡Aléjate! Pensaba para mis adentros. Trataba de ser amable y estar lejos. 

Llegaba a mi casa, limpiaba la puerta que otros podrían tocar, cambiaba mis zapatos y guardaba los de batalla en la cajuela. Me ponía ropa limpia y separaba la ya usada; desinfectaba mi mochila, mi cámara, mi celular, las llaves y me daba un regaderazo mientras pensaba en monólogo soliloquio  ¿Qué probabilidades  de contagio hay en los sitios que visitaste? ¿Cuantos errores cometiste? ¿Cuántos casos positivos hay en México? ¿Cuántos enfermos se han recuperado en Chiapas? ¿Cuántos memes nuevos hay de López Gattel?

Sigues contando, día doce después de otra cobertura. ¿Dolor de cabeza? ¿Fiebre? ¿Tos? No, ningún síntoma. Ahora debes estar pendiente de tu salud; ya es parte de tu trabajo, como revisar tu archivo de imágenes. No puedes dejar pasar un dolor o un resfriado. 

Semana Santa y tomamos camino a San Juan Chamula, para fotografiar el viernes santo. Una plaza con unas dos mil personas nos encontramos al llegar, las fiesta no tenía diferencia con las de otros años, salvo algunos comentarios referentes a la pandemía; escuche a un hombre decir, ”Con un pox, se cura el coronavirus” inmediatamente después todos en su mesa empezaron a reír. Seguí caminando y otro comentario se escuchó, “el virus es enfermedad de Cax’lanes” (nombre en tzotzil para los que vienen de fuera). Cuida tu distancia, me repetía una y otra vez. 

«Cuenta otros catorce días», me dije al llegar a casa.

Isabel Mateos/Cuartoscuro


Sin información, sin derechos básicos

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En la Montaña alta del estado de Guerrero se ha vuelto a observar un gran flujo de personas, en un primer momento disminuyó la presencia de las y los pobladores en sus diferentes alrededores durante los meses de marzo y abril. Al decretarse la Fase Tres de la contingencia el 21 de abril, la mayor parte de la ciudadanía  regresó a sus actividades y el tránsito de la población se nota en mayor medida en mercados y calles aledañas.

Esta pandemia mundial a causa del COVID-19 si bien ha generado angustia y miedo, también ha causado dudas en algunos ciudadanos que creen que es un invento del gobierno, otros dicen “que no pasa nada”, piensan que el virus solo afecta a la Ciudad y que no llegará a sus comunidades.

Además de ser poca la información, también es ineficiente, pues no hay carteles ni letreros en lenguas indígenas (tu´un savi, meépha, y nahua), por lo que algunas comunidades se han organizado para tomar medidas preventivas de salud ante esta pandemia creando filtros de asistencia médica y bloqueando carreteras para cerrar el acceso a sus pueblos de tal manera que nadie entre y nadie salga.

Es relevante mencionar que el municipio de Tlapa de Comonfort, el corazón de La Montaña, siendo cabecera municipal de todos los pueblos indígenas, cuenta con un solo hospital para atender a más de 200 mil personas, el cual no está brindando atención a pacientes que presenten síntomas relacionados al COVID-19

En el municipio de Chilapa de Álvarez, ubicado en la Montaña baja de Guerrero, se habilitó un hospital al mando de la SEDENA para dar atención médica a los posibles casos de contagio por Coronavirus. Hasta la fecha se han detectado y confirmado 20 casos, los cuales se han tenido que desplazar hasta Chilpancingo o Acapulco par ser atendidos, lamentablemente también se han registrado defunciones.

Documentar un hecho histórico como lo es el COVID-19 en la Montaña de Guerrero sólo puede hacerse desde el pensamiento crítico para resaltar nuevamente la ausencia de acciones que garanticen los derechos básicos de las personas que habitan nuestros pueblos.

Encerrados, desinformados y tomando medidas por iniciativa, es como la mayoría de la población enfrenta una pandemia mundial.

Lenin Mosso


Confrontando lo surreal – muy real –

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Son tiempos de mucha incertidumbre. Personajes de la política, escritores y escritoras de columnas de opinión, analistas serios y no tan serios parecieran esforzarse por encontrar la incertidumbre del futuro a través del presentismo. Al final te das cuenta que en el fondo nadie sabe nada, así que como documentalista fotográfico sigues saliendo a la calle a trabajar e intentar documentar lo histórico de esta realidad para que así, en un futuro, quede registro de lo que hoy será un pasado.

Lo fácil es rodar con la bici y contar las historias de las calles. Ahí están para todos. A nadie le molesta y a la administración de la ciudad le conviene, bueno, al menos lo relevante sobre los esfuerzos de mitigación de este virus: cientos de vallas en La Alameda, en la Plaza de la Constitución etc., cintas amarillas que sellan calles comerciales y policías vigilando en cada esquina. Es la postal urbana del primer cuadro de la Ciudad de México, los perímetros “A” y “B” del centro histórico que podemos retratar sin mayor problema. Queramos o no, somos las y los fotógrafos del “Quédate en casa”. Ya meterse en otros temas, como documentar situaciones mas personales de profesionales que sufren los estragos del Coronavirus chocan con diversas resistencias. Unas gubernamentales y otras propias de la sociedad. Acercarse a cementerios para entender el tema logístico o querer conocer mas sobre la labor del personal médico quienes son el corazón y la mente tras las máscaras que nos salvan la vida, choca contra el temor del despido institucional y el miedo a actos de discriminación y violencia. En tiempos del “quédate en casa” estamos muy limitados a la calle, lejos de los protagonistas del día a día, la gente en sus casas. Y la lejanía se nota. Se nota en la distancia que hay que mantener con un entrevistado. Los actores de una entrevista buscan romper las barreras entre ambos, queremos conectar, empatizar, confiar, leernos mutuamente la comunicación no verbal, las expresiones faciales, etc. Ahora la mascarilla, la distancia, el teléfono son nuevos retos y barreras difíciles de salvar.

En el mundo fotográfico la distancia de seguridad se traduce al uso de objetivos de mayor distancia focal. A los que nos gustan distancias focales más cortas, justamente por la intimidad que nos permite representar, nos duele.

Para distancias y barreras, también el equipo de protección persona del fotógrafo. Las gafas de seguridad y la careta de plástico impiden la conexión del ojo con el visor de la cámara y obliga a cuadrar la escena viendo la pantalla trasera. Parece poca cosa, pero no lo es.

Un ojo mas clínico observaría en el equipo de protección personal de los compañeros fotógrafos la crisis económica en el gremio, en particular en el periodismo independiente. Realmente no es nada nuevo. En otras coberturas de conflictos los que tenían suficientes recursos podían llevar un chaleco antibalas, un casco o un rastreador satelital de emergencia etc. Ahora, en esta crisis epidemiológica, cambiamos el chaleco antibalas por una mascarilla N95 cuyo precio en la calle ronda entre los doscientos y trescientos pesos. La situación es la misma. Las empresas y agencias mas importantes pueden equipar a sus fotógrafos de planta con todo lo necesario, pero es muy improbable que un fotógrafo independiente pueda permitirse el lujo de tener suficientes cubre bocas eficientes para poder trabajar a diario durante dos o tres meses o quizá mas. En resumen, en México, una fotógrafa o fotógrafo cubriendo la crisis del COVID-19 realiza el mismo trabajo con mayor riesgo a su salud y, generalmente, con menos beneficios.

Y hablando de cubre bocas y equipo de protección; según comentarios en las manifestaciones del propio personal médico que participa, preocupa ver como los funcionarios de alguna alcaldía o personal jerárquico superior del propio hospital, generalmente de dirección y administración, llevan mejor equipo de protección para atender a los manifestantes que estos últimos para hacer su labor profesional. Cuando escuchas esos comentarios y recuerdas que son estas voces manifestándose las que entran a ver a tratar a los pacientes, uno no puede evitar imaginar la posible corresponsabilidad de las diferentes esferas de gobierno en las agresiones y la discriminación que sufre a diario el personal médico. Si estas personas, que se la juegan para salvarnos la vida, contaran con todo lo necesario y no tuvieran que salir a protestar por el derecho básico de poder ejercer su trabajo con seguridad ¿habría menos agresiones y discriminación hacia ellas y ellos? Entonces ¿Quienes fueron (y siguen siendo) los responsables de que el personal médico no tenga suficientes equipos de protección personal?

Pero bueno, como estos temas podrían dar para muchas tesis, lo único que resta al final del día es regresar a casa y preguntarte si te cuidaste lo suficiente, si pudiste captar el espíritu de lo que fuiste a cubrir; en fin, si lo hiciste todo bien… Mañana es otro día y hay que hacerlo mejor.

Hans-Maximo Musielik


Cada día nace una trama distinta


Una enfermera que labora en hospital con pacientes con Covid-19, aborda un transporte exclusivo para personal médico en espera de llegar a casa después de una jornada de trabajo. Foto: Gabriela Pérez Montiel/Cuartoscuro

La ilusión diaria de salir a tomar fotografías de lo que acontece es distinta ahora y esta realidad no es sólo para mí. El panorama supera un entendimiento generalizado desbordada de una energía que no se conocía. La preocupación aumenta día con día con la incertidumbre en cuanto a los acontecimientos inauditos e impensables que tenemos que afrontar, así mismo determinar con responsabilidad y compromiso personal. Los escenarios que no queremos ver se conciben en ascenso; cada día nace una trama distinta y las dudas de lo que sucede forman un panorama de inquietud por el esfuerzo de mantenerte atento e intentar documentarlo con respeto y prudencia.

En una sociedad plagada de diferentes formas de manejar los conflictos personales, otros tantos impuestos por el gobierno que además se encuentra en juego la salud en contraste con la necesidad de salir a trabajar, se vuelve sugestivo observar y fotografiar las innumerables manifestaciones culturales que nos ofrece el estado actual; compartir estos momentos es parte de lo que me toca hacer.

Gabriela Perez Montiel


El ritual de trabajo

Esta pandemia llegó a modificar la forma en que yo hacía periodismo, los protocolos de seguridad que utilizábamos los fotoperiodistas en coberturas de alto riesgo han quedado atrás, hemos tenido que aprender de este nuevo riesgo tanto como nos fuera posible para poder realizar nuestra labor protegidos y no volver con el virus a casa; monitorear noticias nacionales e internacionales, estar pendientes de todas las acciones que realizan las autoridades en nuestra localidad para poder mostrar esas imágenes, así como dar voz de aquellos que han tenido que seguir saliendo a pesar de la contingencia y narrar el día a día de cómo el COVID-19 vino a trastocar la forma de vivir, de sentir y de pensar. 

Tal vez nunca me acostumbre a tomar fotos por encima de una careta de plástico, ni con un cubre bocas con el que en cada respirar se empañan mis lentes, tener que aguantar mis manos sudadas dentro de un par de guantes de látex en una tarde soleada de verano donde el termómetro marca 32·C en la ciudad de Guadalajara, México. Llegar a casa y tener que despojarme de todo, para iniciar el ritual de desinfección del equipo fotográfico, los celulares y accesorios, estar concentrada para que no falte nada y correr a bañarme, cuando sólo quisiera llegar y tumbarme en la cama, así como lo hacía antes. Antes del Coronavirus. Antes de todo esto.

 Fabyola Rosales


Cubrir pandemia, más cabrón que cubrir el narco

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Durante 25 años he cubierto el tema de seguridad y violencia en un estado permeado por la impunidad que engendra el narcotráfico y la política, y nunca fue tan cabrón como cubrir la pandemia ocasionada por el Covid-19.

He estado en balaceras, enfrentamientos, operativos policiacos y militares, en emboscadas; he cubierto las consecuencias de la llamada narcoguerra: los desplazados, la búsqueda de los desaparecidos, los ejecutados, las viudas y los huérfanos; en la sierra, la costa o el valle, y hasta ahora no había sido tan complicado, a pesar de alguna que otra amenaza.

Y es que al narco lo puedes «ver» a la cara, lo hueles, lo palpas, lo sientes, lo percibes, lo vez tomar ciudades como Culiacán,  y eso de alguna forma, te previene.

Pero el Covid-19 ha resultado un enemigo letal al que no puedes ver; un enemigo que puede estar en el saludo de un colega, en un retén sanitario de policías y militares, en el suelo donde pisas, e incluso, mi cámara se puede convertir en una fuente de infección del virus.

Con todo y eso, hasta ahora mi mayor temor es llevar el virus a casa y poner en riesgo a mi familia, por eso salir y llegar de la calle de cubrir la pandemia del covid-19 se ha convertido en todo un ritual de preparación, protección y desinfección.

A Culiacán, ciudad que actualmente es uno de los epicentros de la pandemia en México, el Coronavirus le llegó muy temprano: fue un 28 de febrero cuando se anunció el primer caso. Y desde esos primeros días empezó la pandemia; desde esos primeros días los insumos de protección se agotaron: hoy es hora que no es fácil conseguir cubrebocas, mascarillas ni gel antibacterial. 

Aún con toda esa complejidad y peligro, el periodismo, y en especial el fotoperiodismo, hoy más que nunca se hace necesario para informar, documentar, educar y alertar a la sociedad sobre este hecho histórico que cambió ya el curso de la humanidad y que está poniendo a prueba nuestra supervivencia. Estamos en una etapa de posible extinción aunque muchos no lo quieran ver así.

Y por ello, el buen periodismo y la fotografía será el documento histórico de estos tiempos para las generaciones futuras y para los que sobrevivan a esta pandemia.

 Juan Carlos Cruz


Estamos en el mismo mar, pero no estamos en el mismo barco.

Esta pandemia que nos une en circunstancia saca a la luz las fronteras invisibles que nos dividen unos a otros, y esto va mucho mas allá de los dos metros de distanciamiento social y el cierre de calles y negocios.

Estas fronteras existían incluso antes de la pandemia de COVID-19, en un país donde no existen oportunidades, pero al final existes, en un país donde no se vive, se sobrevive, donde nuestra existencia se limita mantener el corazón latiendo, los pulmones respirando, la maquina funcionando. Y cuando este principio básico se pone en jaque, podemos ver al otro mas claramente y podemos vernos a nosotros mismos, ya sea desde nuestro propio privilegio o desde nuestra propia vulnerabilidad.

Finalmente veremos cara a cara la existencia de ese otro que existe en un país donde vivir no importa o de aquel que vive y prospera en un Mexico donde la cuarentena si es posible

La pandemia que nos une el día de hoy, al final del día será, la que nos divida.

David Peinado

 


De centro de convenciones a hospital temporal

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A lo largo de mi carrera como fotógrafo de prensa y de los diferentes rubros comerciales en los que he participado, me ha tocado trabajar en el Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI numerosas veces, he cubierto expos, informes de gobierno, giras presidenciales, cumbres internacionales, graduaciones, bodas, ferias de lectura y demás eventos masivos que ahí se realizan. Inclusive el Tíanguis Turístico 2020 iba a realizarse ahí mismo pero fue cancelado por la contingencia.

Esta vez fue muy diferente,  al entrar me tomaron la temperatura y seguí los protocolos de sanitización porque fue la única ocasión que nos permitieron a unos pocos fotógrafos entrar a hacer fotos de lo que se montó cómo un hospital temporal para atender la demanda hospitalaria en el estado de Yucatán. Esta medida fue tomada como prevención por parte de las autoridades estatales, sin embargo en una ciudad de casi 2 millones de habitantes y con poco más de 750 ventiladores mecánicos en todos los hospitales, cabe la posibilidad que  esas 500 camas que fueron puesta en el recinto  se usen en un tiempo no muy lejano.  

Cuauhtémoc Moreno


El virus no se ve, sí sus efectos

Desde el inicio de la pandemia, a mis ojos y al lente de la cámara los separa un plástico transparente. Una careta con la que cubro mi rostro cuando salgo de casa para reportear y que además de protegerme de contagiarme de coronavirus, cumple la segunda función de dejarme a ciegas al empañarse con mi aliento. Mi vista no me sirve para capturar la imagen de lo que motivó esta cobertura: el virus SARS-CoV-2, pero sí la de sus efectos, evidentes en las calles solitarias, los hospitales llenos y las escuelas vacías, realidad que se siente como un campo minado en donde de a poco me acostumbro a andar.

Para ir a esos lugares hay que prepararse. Corroborar traer conmigo cubre bocas, guantes de látex, gel antibacterial y solución antiséptica antes de salir a la calle se volvió hábito, como lo es llevar el pelo recogido y ‘nunca acercarse demasiado’. A diferencia del mes pasado, las personas en la calle ya no se burlan al verme usando mis nuevos accesorios que van volviéndose tendencia conforme pasan los días. Regresar a casa es otro ritual. Consiste en despojarme de la ropa apenas al entrar, desinfectar religiosamente mi equipo e ir directo a la ducha. Al terminar la jornada siempre y sobre todo antes de dormir hay un espacio para pensar en ese conteo de 15 días que nunca acaba y reinicia cada vez que reconozco que en busca de esa fotografía tal vez me he arriesgue demasiado. 

Fabiola Solano