Los silencios Forzados
Ciudad de México (20/3/2012). El informe que hoy se entrega al público, hará que los lectores minuciosos conozcan esa sobrecogedora sensación de pasar desde el terror y el asco a la sorpresa y la admiración.
De mí sé decir que sentí la presencia del mal en sus múltiples formas y que, como muy pocas veces antes, me encontré con todo el poder que pueden alcanzar unos hombres y mujeres armados solo con palabras. Los periodistas mejicanos, lo demuestra el informe, están enfrentando con la sola defensa de sus palabras, enemigos poderosos que disponen del poder del dinero y la fuerza de las armas; y para aumentar el asombro, no solo reciben los ataques mortales que vienen desde las trincheras de los narcotraficantes; la agresión también les viene desde donde menos lo puede esperar un ciudadano, desde los cuerpos de seguridad que, increíble paradoja, no proveen seguridad sino inseguridad y amenazas, y desde el gobierno en todos sus niveles.
De ese enfrentamiento desigual de todos contra los profesionales de la palabra, han quedado los 11 periodistas asesinados el año pasado, cuando hubo 172 agresiones contra personal y medios de prensa. Esto hizo parte de un proceso que desde el año 2000, a través de 565 actos de agresión, han producido la muerte de 66 periodistas y la desaparición de 13. De esta naturaleza son los datos de la denuncia que ante México y ante el mundo, lanza hoy Artículo 19, para que la comunidad mundial conozca, entre otros hechos, la escandalosa agresión del gobierno mejicano contra la prensa.
De estos ataques, el 13.6% proviene de la delincuencia, y el 53.4% tiene su origen en servidores públicos, en medio de la indiferencia o el ritmo molondro de las fiscalías o de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que ha dejado acumular 119 expedientes de los cuales solo el 7.6% concluyeron en demandas de protección.
La crisis ha puesto al desnudo la desprotección de los periodistas y de la población. Secuestrados, apaleados, amenazados o asesinados. Hay periodistas que tuvieron la doble muerte de su desaparición física y del atentado que destruyó su estatura moral. Desde que el presidente Calderón ordenó la guerra contra el narcotráfico, hace cinco años, han muerto 47 mil personas, registra el informe.
Estos datos están convenciendo a periodistas y medios sobre la necesidad de unión entre empresas que, aunque trabajan de modo independiente y autónomo, tienen un propósito y unos principios comunes, como se vio en marzo del año pasado cuando 700 medios de comunicación suscribieron un acuerdo para la cobertura informativa de la violencia en el que, lo más importante, no fue el contenido – con aciertos y debilidades siempre susceptibles de mejoría- sino el hecho inspirador del acercamiento entre entidades que están al servicio del mismo amo: el lector, oyente o televidente. Si bien el periodismo no tolera los intentos totalitarios de la uniformidad impuesta, necesita en cambio la fuerza que le da la unidad de propósitos frente a la criminalidad organizada, frente a los depredadores del bien común, frente a la prepotencia y arbitrariedad de los funcionarios violadores de los derechos humanos. Corruptos y violentos deberán encontrar en los medios, un frente unido y sólido y no la debilidad de unas arrogancias y egoísmos dispersos.
La unidad que hizo posible ese acuerdo ha sido la respuesta más inteligente y efectiva de la prensa mejicana en esta crisis. Es un activo que para crecer y consolidarse requiere la clara percepción de los objetivos esenciales de la profesión, que son los que identifican a todo el gremio periodístico, y el espíritu de apertura en que, sin sacrificar la propia identidad, se pone en ejercicio la generosidad humilde para aprender de los otros, y para poner en común hallazgos y experiencias útiles para todos.
Si alguno lo dudaba, la dura situación de los medios en estos años, ha revelado, sin embargo, el poder de las palabras de la prensa.
Todos los esfuerzos de unos y de otros para forzar silencios y para ponerle diques al torrente de palabras del periodismo mejicano, demuestran que son palabras con poder, que no son de las que se lleva el viento sino palabras que tienen peso en las conciencias de los individuos y de la sociedad.
Porque son palabras que revelan la realidad, las quieren silenciar y comprar; porque son palabras que abren los ojos y las conciencias, las quieren enmudecer; porque son palabras que despiertan y estimulan, las quieren serviles y dóciles.
Es un poder que los poderosos quieren agregar a todo lo que han adquirido, como una posesión más, y que el periodista pule y potencia para servir mejor y de modo eficaz.
Por eso, a la certeza anterior se ha agregado la convicción de que en estos tiempos de violentos, la población necesita un periodismo de excelencia, lo mismo que en los días de ciclones y tormentas se necesitan techos, ventanas y puertas con refuerzos.
En medio de las presiones se debe saber qué sucede, por qué sucede, y para donde soplan y conducen los vientos huracanados de la historia. Como en aquella ciudad de la fábula de Saramago en que todos se habían quedado ciegos y bajo la guía de la mujer que, única, había mantenido sus ojos sanos, y se convirtió en la guía indispensable. Así la prensa en estos tiempos de tormenta.
Cuando uno termina la lectura de este informe se le hace intensa, hasta el deslumbramiento, la certeza de que hoy se ha convertido en artículo de primera necesidad la verdad de lo que sucede. Si los violentos y los corruptos echan mano de sus armas y de sus dineros de soborno para forzar silencios, a la sociedad le corresponde como medida urgente de autoprotección y garantía de supervivencia, defender el libre flujo de las palabras de los periodistas. Si el periodismo ha de merecer esa confianza de la población, tiene que ganársela. Entre los subrayados del informe encuentro expresiones que así lo proclaman: «el periodismo tiene que cambiar», dice el texto como conclusión lógica de todos los datos que revelan la gravedad de la crisis, para agregar, páginas más adelante, la necesidad de «un periodismo sin miedo, profesional, e independiente de las autoridades».
Cuando este informe registra las dramáticas voces de los periódicos de Ciudad Juárez y de Coahuila que preguntan a los agresores qué quieren, cuáles son las condiciones para que los dejen vivir y trabajar, muestra el drama y el desgarramiento del periodismo mejicano que se siente en medio de sentimientos y fuerzas encontradas: el instinto natural de los humanos que se aferran a la seguridad y a la vida y la vocación profesional que los ha convencido del papel irreemplazable que cumplen en la sociedad, y del poder de un instrumento que parece leve y frágil y en realidad es poderoso y capaz de cambiar algo todos los días. Entre el instinto de conservación personal y el impulso a la conservación y defensa de la ciudad, la del periodista mejicano es hoy una conciencia en ebullición. Asediados, amenazados, aterrorizados, los periodistas saben que a pesar de todo son responsables del poder de la palabra y de la información, un poder que no podrán desmantelar ni neutralizar con silencios forzados, los corruptos ni los violentos. Son, amigos, tiempos de testigos y de héroes.
Javier Darío Restrepo, periodista.