La Alta Comisionada que nunca estuvo aquí
Un pasito para adelante, dos para el lado. No son unas clases de tango, es el vaivén de los derechos humanos en nuestro país. Intentemos ser un poco más claros. La semana pasada visitó nuestro país la señora Navi Pillay quien es la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. En otras palabras, la funcionaria del organismo multilateral más importante en derechos humanos. La Alta Comisionada vino a México gracias -y eso debemos de reconocerlo- a la apertura del gobierno federal a los organismos multilaterales. Esta visita de alto nivel se suma a una larga lista de visitas internacionales. Ha sido ampliamente comentado el activo papel de México en foros internacionales a favor de los derechos humanos. Ratificamos, como país, casi todos los tratados internacionales a favor de los derechos humanos. Solamente falta que dentro de nuestro país hagamos cumplir los derechos humanos. Ahí la dicotomía, pa’ fuera una postura y pa’ dentro, nuestros funcionarios, nuestras fuerzas de seguridad, nuestros políticos tienen otros planes. De esta manera es como se han acumulado cientos de quejas por violaciones graves a los derechos fundamentales. De aquí se desprende la importancia de la Alta Comisionada. Hasta aquí todo bien.
Las expectativas de la vista de la funcionaria eran altas. Había una necesidad por parte de la sociedad civil de exponer la realidad. Por el otro lado, el gobierno federal movía la maquinaria para dar respuestas, matizar o negar. Era iluso pensar que la simple visita cambiaría nuestra turbulenta y violenta realidad. No, era simplemente otro escalón en el eterno andar de denunciar malos actos de gobierno. Llegó el día, llegó la Alta. Una de sus primeras reuniones, como dicta el protocolo, fue con organizaciones de derechos humanos. Era importante recoger los puntos de vista de las personas que (con el perdón de la palabra) se están chingando allá afuera. La reunión estaba para decantar los temas por dos horas. Apenas dos horas para una reunión que tenía que desdibujar el galimatías que es nuestro país. Las organizaciones estaban. Una colega me dijo “hasta nos preparamos. Llevamos nuestros discursos de dos minutos y nuestra lista de oradores y oradoras”. Antes de comenzar, el representante en México les informó que no tendrían dos horas, sino simplemente una. Se reagruparon y comenzaron las afirmaciones. Después, al término de la reunión, la señora Pillay se limitó a decir que toda la información que se había vertido la tenía en sus hojas. Incrédulos ante el comentario, se levantó la sesión. No hubo preguntas, cuestionamientos ni complicidades. Ella ya tenía toda la información. En ese momento, las organizaciones se enteraron que la Alta Comisionada le entregaría a Felipe Calderón un documento sobre los 10 primeros años de la presencia de la oficina de la ONU en México. El dato anecdótico es que fueron las organizaciones de la sociedad civil quienes hace dos años se reunieron en Ginebra con Navi Pillay para solicitar la elaboración de dicho documento. Lo que nunca pasó por su mente fue que éste se hiciera con altos grados de opacidad. Al parecer, la oficina de la ONU consideró -la semejanza con acto de gobierno es mera coincidencia- que no era necesario involucrar de manera central a las organizaciones de derechos humanos en este diagnóstico. Máxime que fue la sociedad civil la que logró que la oficina de la ONU abriera oficinas en México y quien es la que trabaja de manera directa en la protección de las personas. Hasta el momento de la redacción de estas inconexas líneas, el documento era secreto. La ONU no se había dignado a ponerlo a disposición del público. Todo parece indicar que el balance de las alianzas está desbalanceado.
Cuarto día de la visita. La Alta funcionara había tenido una interminable lista de citas. En un modesto hotel Hilton se dieron cita organizaciones de libertad de expresión y algunos periodistas. Éramos convocados para explicar el precario goce de este derecho indispensable para la democracia. Ahí estábamos, listos para nuestros dos minutos. La señora Pillay se veía cansada, su rostro mostraba un agotamiento mayor. Como carrusel fuimos despachando temas. Un colega de Torreón afirmaba “los periodistas estamos solos. No contamos con el gobierno”, otro de Guerrero describió cómo un grupo de personas armadas intentó incendiar la redacción de un prestigiado diario. Las organizaciones civiles hablamos en sound bites para describir una realidad complicada. Cuando la agenda se agotó, la funcionaria felicitó el trabajo que hacíamos y nos encomendó a seguir haciéndolo. Con esas palabras se dio por terminada la reunión. Ninguna pregunta por parte de ella. Seguramente tenía todo en sus tarjetas y no había necesidad de ir más allá de lo obvio que producen dos minutos. La señora siguió su camino.
No podía faltar el espectáculo. El presidente Calderón, ante la Alta Comisionada, firmó un decreto presidencial que da vida al Mecanismo de Protección a Defensores de Derechos Humanos. La funcionaria de la ONU, ante la incredulidad de la comunidad de defensores, celebró dicho decretazo. Uno quisiera pensar, en la nube de la incredulidad, que se les “pasó” leer el documento a los funcionarios locales de la ONU. De otra manera, es imposible comprender por qué ese endoso y palmadita en la espalda. La realidad era que atestiguábamos una simulación más. Un acto más para la foto. Un acto más para despistar al enemigo. Obviamente tomarse la foto con la funcionaria pública internacional era importante. Ambas personalidades intercambiaron documentos. Ambas hicieron su discurso con análisis (descafeinado) de la realidad de los derechos humanos. El presidente presumía lo que hizo el Congreso con las modificaciones legislativas garantistas. Pocos logros reales de política pública. El enemigo -el elefante dentro del cuarto- en ambos casos, fue el crimen organizado.
En algunas sobremesas se discute la visita, tan esperada, de la Alta Comisionada. En la mayoría predomina un sinsabor, tristeza, enojo y frustración. Sabíamos que no cambiaría la realidad. Pero sí necesitábamos (los de a pie) un empujón más sólido, categórico y contundente por parte de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.